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Iglesia Románica de San Miguel de Eiré, en Pantón. Provincia de Lugo. (I) Exterior.


Visitamos en el municipio de Pantón, en plena Ribeira Sacra lucense, la Iglesia Románica de San Miguel de Eiré, del último cuarto del siglo XII, la única parte que ha llegado hasta hoy de un antiguo monasterio benedictino femenino.

En esta Parte I vamos a saber algo acerca de su historia y a recorrer las fachadas de la iglesia, el ábside, la torre (que le confiere ese aspecto tan particular), la interesante portada norte y la Capilla de la Magdalena. En todo el exterior de la iglesia hay una gran profusión de canecillos y capiteles con las más diversas representaciones.

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Coordenadas de situación de Pantón en Galicia. Amplíe el mapa y llegará a la Iglesia Románica de San Miguel de Eiré: 42.518289, -7.647805


Nota: Los textos en cursiva han sido extraídos de la Tesis Doctoral de la Profesora Dª Teresa Claudina Moure Pena, que lleva por título: Los Monasterios Benedictinos Femeninos en Galicia en la Baja Edad Media: Arquitectura y Escultura Monumental (pags. 71 a 108), año 2015. La autora es Licenciada en Geografía e Historia (Universidad de Santiago de Compostela). Especialidad de Historia del Arte Antigua y Medieval y de Museología.




Iniciamos la visita con unas notas que la autora titula como: Revisión histórico-documental.

El antiguo monasterio benedictino de San Miguel de Eiré se encontraba situado en la comarca lucense de Terra de Lemos, dentro del municipio de Pantón y partido judicial de Monforte, al borde de la carretera que une la localidad de Escairón y Ferreira, dentro del término parroquial San Xulián de Eiré y en el lugar conocido como O Mosteiro.

El único testimonio arqueológico que sobrevive de todo el complejo es la iglesia -convertida con la desaparición de la comunidad monástica en parroquial de Eiré hasta mediados del siglo XIX cuando dichas funciones serán asumidas por el cercano templo de San Xulián – y restos de una pequeña capilla funeraria adosada a ésta.

La pérdida casi total de la documentación de Eiré justifica que el conocimiento de su etapa medieval no pueda alcanzar en ningún caso los niveles que es posible lograr en la reconstrucción del capítulo inicial de la vida de otros monasterios benedictinos femeninos gallegos; carecemos de referencias sobre la personalidad de los fundadores, aunque podemos conjeturar se trataría en origen, y como podemos observar en otros casos afines, de un monasterio familiar y dúplice.

Esta hipótesis no sería en absoluto descartable si aceptamos, conforme señaló en su día Yánez Neira, como perteneciente a San Miguel de Eiré la donación realizada en el año 962 por una mujer llamada Seniberta a los fratis et sororibus que vivían en el locum Sancti Michaelis. Este testimonio constituiría, hoy por hoy, la primera mención explícita al monasterio de San Miguel de Eiré, ratificando asimismo sus orígenes como comunidad dúplice.

La parquedad de datos documentales hace prácticamente imposible precisar en qué momento la congregación abandonaría su carácter dúplice para convertirse en una comunidad femenina bajo la observancia benedictina.




Por otro lado, los restos arqueológicos conservados, aunque escasos, confirmarían la realidad de unas dependencias primigenias edificadas conforme a los planteamientos prerrománicos de la época. En efecto, las referencias documentales a que hemos hecho mención se complementan con el aporte arqueológico de una pequeña ventana geminada con doble arco de herradura sobre aljimez de sencilla y rudimentaria traza semejante a las ventanas mozárabes conservadas en otros templos gallegos. Dicha pieza se conserva actualmente en el interior del templo, a donde fue trasladada desde la portada occidental en la que se hallaba empotrada en una puerta cegada que daba acceso al edificio.

Este resto arqueológico es de gran interés, ya que permite retrotraer con cierta seguridad la existencia de actividad en el lugar desde, al menos, los comienzos del siglo X. Quizás, no podemos asegurarlo, se tratase de unas dependencias monásticas modestas aunque suficientes para emprender el proyecto de vida en comunidad y un oratorio o capilla destinada a los actos litúrgicos.




Tras la donación realizada por Seniberta, la existencia del monasterio se asociará a una completa oscuridad caracterizada por la inexistencia de documentación o de alguna referencia a la comunidad religiosa hasta el 26 de enero del año 1108, cuando la condesa doña Jimena Sánchez hace entrega a la comunidad de religiosas de Ferreira de Pantón de todas sus posesiones en las comarcas de Lemos, Sarria y Asma; entre los numerosos confirmantes de la donación figura el nombre de Eldonza, quien se hace citar como abbatisa in Agiree encabezando así el abadologio de la extinta comunidad monástica.

Tras el privilegio otorgado en el año 1129 por el el rey Alfonso VII, que decide acotar el monasterio y sus bienes, la comunidad monástica prosperó, y al favor real que disfrutó durante buena parte de su historia hay que añadir las donaciones particulares; sobre todo donaciones de nobles como la efectuada en el año 1199 por doña Urraca Fernández, hija del conde Fernán Pérez de Traba.

Los siglos XIII y XIV constituyen un período de absoluto silencio. A lo largo del siglo XV es notable el protagonismo adquirido por los nobles encomenderos, quienes se intrusaban a título de encomienda o de aforamiento perpetuo en las haciendas y jurisdicciones monásticas, aprovechando su poderío militar para apoderarse de las rentas e imponer pesadas cargas a los vasallos. Las quejas por razón de tales incidentes se hicieron cada vez más frecuentes a lo largo de los reinados de Enrique III y Juan II.

El reconocimiento que los monarcas habían tenido hacia el monasterio desde sus orígenes mereció que Enrique III, el 23 de febrero de 1401, le otorgase un privilegio confirmando todas las prerrogativas que los reyes anteriores habían concedido al monasterio.

En 1404 la abadesa doña Aldara Fernández vuelve a solicitar el apoyo del monarca para hacer frente a los abusos de varios nobles y caballeros locales. La protección real fue bastante fructífera, y la comunidad pudo librase de la opresiva encomienda nobiliaria y continuar manteniendo sus posesiones y cobrando sus rentas.

A partir de esta fecha la parquedad de la documentación conservada dificulta de forma notable un mayor conocimiento de su realidad histórica a lo largo de este periodo.




Todo parece indicar que el abadiazgo de doña Inés Fernández será el último de la larga historia del monasterio benedictino de San Miguel de Eiré, ya que la reforma de los institutos benedictinos supuso la incorporación de este monasterio al de San Paio de Antealtares. Una bula de Julio II ordenaba su unificación al monasterio compostelano el día 1 de octubre del año 1504, quedando así finalmente incorporada la comunidad de Eiré a Antealtares.

Con la supresión de la comunidad monástica, el templo adquirirá funciones parroquiales hasta el año 1599 cuando el obispo Otuday unía las iglesias de San Xulián y San Miguel de Eiré hasta el arreglo parroquial del año 1890 por el que fue suprimida la parroquia de Eiré y sus lugares agregados a San Julián y a otras parroquias limítrofes.

Tras la incorporación de las rentas el Hospital Real será el encargado de administrar el patrimonio del antiguo monasterio benedictino y velar por su estado de conservación. El abandono definitivo, la ruina y la decadencia de sus construcciones fueron inevitables, del conjunto de edificaciones que en otros tiempos configuraron el monasterio tan sólo el actual templo románico se corresponde, en líneas generales con la primitiva iglesia abacial declarada Monumento Histórico Nacional el 2 de julio de 1964 tras lo cual recibió la necesaria restauración que exigía un monumento de esta importancia.


Entrada principal actual a la iglesia, por la fachada norte. Como aún permanece cerrada vamos a acercarnos a la fachada oeste para continuar la visita centrándonos en el exterior de este extraordinario monumento.



Rodeamos el muro exterior...



...y llegamos a la fachada occidental.



Antes de continuar nos deleitamos un momento con las vistas.




Ante la ausencia de actividad arqueológica en el entorno, el templo es lo único que se conserva del antiguo monasterio de Eiré. El edificio es, por su calidad tanto arquitectónica como escultórica, no de los edificios románicos más significativos solo de la comarca de Pantón, sino de la provincia de Lugo.

El templo, fruto de una única campaña constructiva, es una sencilla edificación propia de un monasterio de poca entidad. Edificado en excelente sillería, posee una sola nave con crucero esbozado y ábside con las dos partes características presbiterio recto y capilla absidial semicircular.



El muro occidental, de aspecto igualmente tectónico, aparece articulado en portada de medio punto, puerta adintelada y vano.

En cuanto a la puerta principal de acceso, ésta sorprende por su simplicidad; es una pequeña portada de arco de medio punto que carece de columnas de apoyo haciendo de jambas el mismo muro de cierre de la nave. Ajena por completo a la tradición constructiva románica galaica, la fachada de Eiré reitera un prototipo asumido por los constructores de los templos burgaleses que definen un hastial occidental diferenciado por su articulación paramental sobria desplazando el protagonismo arquitectónico y estético a las portadas laterales.



A media altura, coincidiendo al interior con el espacio de la tribuna, se abre una singular puerta rematada en un tímpano polígonal desornamentado y apoyado sobre sencillas ménsulas decoradas con motivos vegetales muy elementales. La disposición de esta puerta de acceso, ahora tapiada, sobre la puerta principal de la fachada occidental no deja de sorprender, por la altura a la que se ubica, como simple conjetura se puede aventurar, que tal vez el acceso al templo por los miembros de la comunidad se efectuase por aquí, lo que permitiría ubicar las dependencias en esta zona.



En la parte alta destaca la presencia de una ventana bajo arco de medio punto abocelado y perfilado por una chambrana de doble fila de billetes, el arco apea sobre columnas acodilladas de rudas basas áticas sobre plintos semicirculares y capiteles vegetales.



Seguimos, ahora en la fachada sur.



El cuerpo de la nave ofrece sus muros delimitados por estribos prismáticos; dos actúan como contrafuertes del arco triunfal, de la cubierta del falso crucero y torre, y otros dos marcan la separación con el hastial occidental.

El muro sur está coronado por una simple imposta sustentada por canecillos, y dos saeteras de medio punto y estrecha luz abiertas en cada uno de los tramos rectangulares en los que se divide interiormente el templo.




Canecillos de este muro sur. De izquierda a derecha representan: Hoja lanceolada, bola de gran tamaño, objeto cilíndrico y rollos superpuestos.



De izquierda a derecha: Bola de gran tamaño; piñas superpuestas; una en el centro y dos en cada uno de los extremos; cabeza y patas delanteras de macho cabrío y can cobijando un objeto ovalado difícil de identificar.



De izquierda a derecha: Dos representaciones de cabeza y patas delanteras de animal carnívoro; piñas superpuestas; una en el centro y dos en cada uno de los extremos y figura de animal muy deteriorado.

Los muros exteriores del crucero, seguramente por su función, presentan unos planteamientos algo diferenciados respecto al resto del paramento de la nave; aquí la cornisa se articula con ménsulas figurativas, metopas y cobijas decoradas con estrellas-rosetas.



Antes de continuar, unas notas de la autora acerca del programa escultórico de la iglesia:

Una de las particulares que ha hecho célebre el templo de San Miguel de Eiré, al margen de su singularidad constructiva, es, sin lugar a dudas, la excepcionalidad de su programa escultórico, de una atractiva variedad calidad y extraña riqueza iconográfica. Podemos observar que aunque domina en la iglesia lo tectónico, como para excusarse de tanta solidez, se reviste de escultura cada soporte propicio a acogerla; la profusión de soportes nos deja ante uno de los conjuntos escultóricos más nutridos del románico lucense.

Pese al gran protagonismo de la arquitectura, la escultura monumental en este templo es abundante y variada, tanto desde un punto de vista iconográfico como de ubicación por que el programa figurativo se distribuye entre los 68 canecillos que recorren todo el perímetro de la iglesia, la torre, e interior de la nave, los 21 capiteles del interior y exterior de la nave, torre, ábside y hastial occidental, los 4 capiteles y ménsulas de las portadas occidental y septentrional y los relieves de esta última portada e interior del ábside.

Todo este abundante programa escultórico está realizado por un taller que combina un repertorio sacro –Agnus Dei, símbolos del Tetramorfos- un amplio elenco de temas profanos –figuras femeninas y masculinas en actitudes exhibicionistas y procaces, rostros masculinos- temática vegetal, geométrica y animalística.




Sobre el tramo del crucero, como en los edificios burgaleses que hemos visto, se alza una torre rectangular dotada de dos cuerpos separados entre sí por una sencilla moldura de triple línea de billetes.



Es difícil precisar sobre la presencia de una torre circular que serviría para acceder a la torre siguiendo los planteamientos de los prototipos burgaleses. Hasta la restauración emprendida en los años 60 del siglo XX, el acceso a la torre se realizaba por medio de una escalera de caracol realizada en madera adosada al paramento septentrional.




El cuerpo inferior no presenta ningún tipo de articulación mural y en el superior se abren, en la cara oriental y occidental, sendos vanos geminados de arcos de medio punto con chambrana billeteada que apean en columnas acodilladas y una semicolumna en medio a modo de parteluz –sus capiteles reciben decoración vegetal -.

Al mismo tiempo, su cara septentrional y meridional se articulan con un vano de medio punto con chambrana billeteada.

Capitel de la izquierda: Pareja de felinos afrontados de manera simétrica dispuestos uno en cada cara de la cesta. Los animales fusionan sus cuellos y cabezas en el ángulo del soporte y se sujetan con las garras al collarino. Los otros dos capiteles de la imagen reciben decoración vegetal, como se menciona.



Ábside.

El diseño de la cabecera remite claramente a obras del románico burgalés de la segunda mitad del siglo XII en todo su repertorio de recursos constructivos.

Se asienta la cabecera exteriormente sobre un zócalo de notable altura, que se escalona proporcionando superficie de apoyo a las columnas y a los contrafuertes que lo articulan en el tramo recto. Al exterior el ábside articula verticalmente sus paramentos en cinco paños –tres pertenecientes al tambor y dos al tramo recto –.



Canecillos de este tramo recto sur del ábside. De izquierda a derecha: Piña de gran tamaño; cabeza de animal carnívoro (lobo o perro), de frente y mirando al espectador, presenta orejas erguidas, hocico prominente y rasgos poco marcados; forma cilíndrica atada por unas lías.



Capitel de esta semicolumna del ábside. La interpretación de la autora: Grandes hojas con arista central marcada cuyos extremos inferior y superior se proyectan hacia el centro de la cesta uniéndose y configurando formas circulares similares a una secuencia de anillos de una acentuada plasticidad y rotundidad volumétrica.



La articulación del tramo semicircular se efectúa mediante contrafuertes mixtos de sección prismática que se elevan hasta poco más de un tercio de su altura total rematados en columnas de fustes despiezados en semitambores que alcanzan con su capitel la línea de la cornisa.



Canecillos de esta parte del tambor. Estos son dos de ellos. Izquierda: Vástago rematado en una poma de gran tamaño. Derecha: Triple escocia superpuesta cobijando pomas. En la parte alta del soporte figura una inscripción con el nombre del autor P FEC.

Nótese que: Bajo la cornisa del ábside las ménsulas figurativas alternan con metopas y cobijas decoradas con motivos geométricos en forma de círculos concéntricos y estrellas-rosetas.



Y estos son los otros dos canecillos de esta parte del tambor. Izquierda: Animal representado de espaldas y con la cabeza vuelta. Derecha: Rollos superpuestos.




De los vanos que animan los muros del ábside solo el del tramo central, situado en el eje, está cobijado por un arco de medio punto en resalte de doble rosca. Perfila el arco una pequeña chambrana con doble fila de billetes.

Los otros dos vanos –ambos descentrados- son más elementales; medio punto y de luz estrecha, desprovistos de cualquier motivo ornamental.

Capiteles de las semicolumnas de este tramo central del ábside:

Derecha: Hojas lisas con arista central sugerida, rematadas en volutas divergentes que se proyectan hacia fuera en la parte alta y unidas a la base de la hoja por un apéndice.

Izquierda: Composición de hojas lisas rematadas en cabezas de animales. De sus fauces brota un apéndice que, de manera semejante a los caulículos, se une a la base de las hojas.



Capiteles de la ventana de este tramo central del ábside:

Izquierda: Tres animales carnívoros en actitud amenazante dispuestos a lo largo de la cesta en una composición un tanto incoherente ya que uno se dispone ocupando todo el ángulo central, de espaldas al espectador y sujetándose con las garras a la parte alta de la cesta; los otros dos se disponen uno a cada lado, de pie sobre las patas traseras, cuerpo de perfil, cabeza vuelta hacia la izquierda y patas delanteras erguidas hacia la parte alta de la cesta.

Derecha: Animales enfrentados en actitud amenazante ocupando una cara de la cesta cada uno en una posición un tanto forzada y entre ambos motivos geométricos –estrella de cuatro puntas y circulo-.



Canecillos de este tramo central. Estos son dos de ellos. Izquierda: Cabeza y patas delanteras de un animal (bovino). Derecha: Pareja en actitud amorosa.



Estos son los otros dos canecillos del tramo central. Izquierda: Grueso vástago del que pende una poma de gran tamaño. Derecha: Animal representado de espaldas y con la cabeza vuelta.



En el tramo recto que precede al ábside sólo se abren unos pequeños vanos con la misma simplicidad de líneas constructivas que sus precedentes, aunque éstos se disponen en el eje del tramo.



Canecillos de esta parte del tambor, la norte. De izquierda a derecha: Cabeza y cuartos delanteros de carnívoro (lobo o perro); pareja en actitud amorosa muy deteriorada y otra cabeza y cuartos delanteros de un animal carnívoro (lobo o perro).



Capitel que se ve en la imagen: Composición de hojas que se proyectan en la parte alta al exterior con notable plasticidad y rematando en cabezas de equino.



Y estos son los canecillos del otro tramo recto del ábside: De izquierda a derecha: 5 piñas, una central y las otras cuatro dispuestas en los extremos; cabeza humana de ruda talla y somera caracterización y cabeza y cuartos delanteros de un animal carnívoro (lobo).




Nos dirigimos ahora hacia la entrada que antes estaba cerrada para ver la fachada y portada norte, o septentrional.



Estamos ya en la Capilla de la Magdalena. En este lado norte de la iglesia, primero veremos la capilla, a continuación nos centraremos en la fachada y sus canecillos y posteriormente y antes de entrar en la iglesia nos fijaremos en la rica portada de esta fachada.



En un momento inmediatamente posterior, se construye una capilla de evidente funcionalidad funeraria conocida antiguamente como Capilla de la Magdalena adosada al paramento septentrional del templo.

Desconocemos quienes eran sus propietarios ya que apenas se han conservado restos arqueológicos, a excepción de dos sepulcros en muy mal estado de conservación que apenas revelan información alguna sobre sus titulares. Uno de ellos presenta en la cubierta un escudo de armas con los caracteres muy erosionados y una espada; el segundo ofrece su cubierta completamente limpia de motivos decorativos o caracteres identificativos.

Esta primitiva capilla se encuentra hoy en día muy arruinada; solo se conserva el espacio correspondiente a la cabecera y ha perdido su cubrición. La cabecera, orientada litúrgicamente y de planta rectangular, está edificada en cuidada sillería muy afectada por la humedad y los líquenes.




El tramo oriental exhibe un pequeño rosetón de traza muy simple y elemental con su moldura perimetral en arista viva y que, posiblemente constituyese la única entrada de luz junto con la saetera de medio punto y luz muy estrecha que se abre en el paramento septentrional.




Al exterior se manifiesta la simplicidad de líneas constructivas y la única concesión a algún tipo de elemento escultórico se hace en la serie de siete canecillos dispuestos sobre el rosetón (ojo, a la derecha de la imagen) y que sustentarían la primitiva cornisa. Todos ellos se ornamentan con motivos geométricos muy elementales.



Ahora vamos a centrarnos en la fachada y sus canecillos.



El muro norte es semejante al muro sur, a excepción de una portada abierta en el primer tramo de la nave, de mayor empaque que la del hastial occidental. Está coronado por una simple imposta sustentada por canecillos, y dos saeteras de medio punto y estrecha luz abiertas en cada uno de los tramos rectangulares en los que se divide interiormente el templo.

El primer canecillo de la izquierda representa una cabeza de monstruo con largas orejas y fauces abiertas (aunque la imagen no permite verlo con claridad).



Esta es la parte de la fachada que corresponde al interior con el crucero Repetimos aquí estas palabras de la autora: Los muros exteriores del crucero, seguramente por su función, presentan unos planteamientos algo diferenciados respecto al resto del paramento de la nave; aquí la cornisa se articula con ménsulas figurativas, metopas y cobijas decoradas con estrellas-rosetas.

Canecillos. De izquierda a derecha: Can con cavetos rematados en los extremos en volutas; animal representado de cuerpo entero pero muy deteriorado; hombre desnudo y encorvado haciendo sus necesidades corporales; hoja de gran tamaño y de perfiles marcados albergando una poma y monstruo muy deteriorado.



Estos canecillos representan, de izquierda a derecha: Monstruo muy deteriorado (ya visto en la imagen anterior); representación muy deteriorada y figura masculina, de frente y de pie, mostrando los genitales en una escena de onanismo.



De izquierda a derecha: Cabeza y patas delanteras de un animal carnívoro muy deteriorado; rollos superpuestos; monstruo dispuesto de espaldas, y cabeza vuelta hacia el espectador, entreabriendo las fauces y mostrando los dientes; cabeza y patas delanteras de un macho cabrío.



Otra vez, de izquierda a derecha: cabeza y patas delanteras de un animal carnívoro; triple escocia cobijando una bola cada una; figura masculina desnuda de frente y sentada, con la mano izquierda sobre la barba en actitud pensativa. Se encuentra deteriorada pero todo sugiere que nos encontramos ante una escena de onanismo; los genitales y la mano derecha están fragmentados.




Ahora damos un descanso a nuestro cuello y posamos la mirada en la portada de esta fachada norte.

Especial atención se debe prestar al estudio de la portada septentrional ya que más allá de su valor estructural y su función, presenta un componente estético realzado por la utilización con valores plásticos de elementos aparentemente estructurales como las arquivoltas, dovelas, tímpano, ménsulas y capiteles. En apariencia, el conjunto recibe un tratamiento claramente diferenciado.

Esta portada es resultado de la confluencia de concepciones importadas del románico catalán con recursos estéticos de progenie castellano-leoneses.



Las columnas que soportan la arquivolta interna muestran capiteles ornamentados con composiciones vegetales en las que domina el decorativismo y un barroquismo semejante a las composiciones del interior; ciertamente, el capitel de la columna derecha se decora con tres grandes hojas ornadas con tallos ramificados en hojas de perfil palmeado que cobijan heptapétalas y tetrapétalas de botón central.

Su paralelo muestra una composición similar pero en este caso las hojas cobijan una tetrapétala y dos cabezas humanas masculinas barbadas de aire grave dispuestas en posición inversa a la habitual –es decir cabeza abajo.







Capítulo aparte merece - por el mayor esfuerzo decorativo y su calidad - las ménsulas que sustentan el tímpano; la de la izquierda muestra una gran hoja ornada con un tallo ramificado en hojas de perfil palmeado que rematan en volutas divergentes de las que pende una cabeza humana masculina barbada reiterando el modelo ya visto pero con la salvedad de que incorpora entre las dos volutas y bajo la cabeza una curiosa mano mostrando la palma.



La otra ménsula se decora con una pareja de animales, un león y un toro alados, representados de cuerpo entero y dispuestos de espaldas al espectador; ambos exhiben cabezas humanas masculinas y barbadas del mismo estilo que las que complementan las composiciones vegetales. En la parte superior de las imágenes dos inscripciones aclaratorias figuran grabadas -LU y MA- identificando las imágenes del Tetramorfos de los evangelistas Lucas y Marcos.



El tímpano carece de valor estético u ornamental limitando su decoración a una secuencia de motivos geométricos entrelazados y el foco de atención se desplaza a la clave de la arquivolta externa decorada con un Agnus Dei, cordero que porta en una de sus patas el lábaro, e identificado por un tituli explicativo en la misma dóvela en la que puede leerse los siguientes caracteres A g N – con una cruz superpuesta sobre la N-.




Es el momento de entrar en la iglesia. Eso lo veremos en la Parte II.



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