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Museo Arqueolóxico de Ourense. Exposición Antológica. Parte 1. Siglos XVI a XVIII.


Ourense. Visitamos el Museo Arqueolóxico, en su sede provisional, en la antigua iglesia de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Aquí se desarrolla la Escolma de escultura, excelsa selección de piezas arqueológicas y escultóricas de todas las épocas históricas, que han ido construyendo la andadura del Museo, desde 1895, cuando de fundó.

En esta Parte 1, una breve introducción y la parte de la sala en la que se encuentran las piezas correspondientes a los siglos XVI a XVIII.

Click Aquí para ver la visita completa al Museo.

Caballero orante. Francisco de Moure. Primeras décadas del siglo XVII. Madera de nogal, sin policromar. Santa María de Beade, Ourense. Detrás, tableros del coro procedentes del Monasterio de Montederramo, su autor Alonso Martínez de Montánchez (1605-1608).

Coordenadas de situación de la Sala de Exposiciones San Francisco en Ourense42.336478, -7.860457


Nota: Los responsables del Museo instauraron, ya en 1999, lo que denominaron Pieza del Mes. Cada mes se presentaba y se presenta una de las piezas arqueológicas u obras escultóricas del Museo. Los textos en cursiva que acompañan cada una de las piezas que se van presentando pertenecen a las reseñas elaboradas para cada una de las presentaciones como Pieza del Mes. Toda la información en: http://www.musarqourense.xunta.es/es/.


Estamos frente a la fachada de la antigua iglesia de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. A la derecha, la entrada a la Sala de Exposiciones San Francisco. A la izquierda, la portada del Albergue de Peregrinos.


En el año 1895, la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Ourense decidió crear un Museo Arqueológico Provincial en el que se pudiesen conservar todos los testimonios del pasado histórico de la provincia y donde se pudiesen reunir los dispersos tesoros que formaron parte del Museo de Pinturas, que la propia Comisión había establecido en 1845 y que funcionó como tal hasta 1852. El Museo abrió al público al año siguiente, en 1896.

En poco tiempo las colecciones crecieron considerablemente y se hizo necesario un espacio más amplio, dando lugar a los primeros traslados, que por sucesivas desgracias no terminaron hasta el año 1951. En este año se adquirió su actual sede, el edificio que desde el siglo XII fue Palacio Episcopal (hoy en remodelación).


Entrando a la Sala de Exposiciones San Francisco, de espaldas a la puerta de acceso, miramos de derecha a izquierda.






La cubierta de madera de la sala.



Las tres primeras obras que vamos a ver, situadas en la pared de la derecha según se entra en la sala.



Santiago Peregrino (Ca. 1750). Madera policromada. Ojos de pasta vítrea. Antas de Ulla. Lugo. 78 x 44 x 31 cm.

Pieza del mes: Septiembre de 2004. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2004_09_esp.pdf


Como sucede con otros mitos la inventio de la tumba del Apóstol Santiago no necesita ser explicada, con contarlo llega. Sin embargo es necesario analizar y conocer el tiempo y las circunstancias en las que se forjó para poder comprenderlo en todo su significado y trascendencia, no solo para el mundo de la fe y las creencias sino para el de las ideas, la cultura y el arte y especialmente de la escultura.

Este conocimiento nos lleva a constatar que el proceso de creación y posterior evolución de la iconografía del Apóstol Santiago va a estar unido de manera inexorable al descubrimiento de la tumba del Apóstol y al éxito prontamente alcanzado del hecho de la peregrinación.

En efecto, hasta que no se descubre alrededor del año 830, en un lugar alejado del noroeste peninsular, perteneciente a la diócesis de Iria, un viejo sepulcro por parte del Obispo Teodomiro (+847), que se interpretó como la del Apóstol Santiago el Mayor, la imagen del Apóstol no adquirirá su verdadera dimensión y personalidad.


Con anterioridad, su imagen, al no llevar ningún símbolo que lo identificase, permanecía difuminada, resultando difícil reconocerlo entre el resto del Apostolado. Sólo desde Compostela se forjarán y evolucionarán a lo largo del tiempo, las distintas representaciones de Santiago tal y como las conocemos Apóstol, Peregrino, Matamoros o Soldado de Cristo adquiriendo su verdadera dimensión.

Una de las representaciones más veneradas, ya desde la Edad Media, fue la que identifica al Apóstol con un peregrino. Santiago, a imitación de Cristo, se convierte en ella en peregrino de su propio santuario. Se representa como la figura de un caminante, lo que se sugiere a veces poniendo los pies en planos diferentes. Esta iconografía que identifica a Santiago con sus devotos, surge en Francia en el siglo XII.


La talla de Santiago peregrino que hoy nos ocupa porta todos los atributos que le son característicos: bordón, sombrero, libro y bolsa, ésta muy distinta de aquella otra que se describe en el Liber Sancti Iacobi como “estrecha de pie, con la boca abierta y sin ataduras”. Viste una rica túnica ceñida a la cintura, que cubre con manto y esclavina, donde luce las características vieiras.

La colocación de los pies en actitud de andar motiva la disposición de los pliegues de la capa resueltos de forma acartonada, en leve movimiento, indicando su condición de caminante. El rostro, donde queda patente una cierta influencia rococó, se resuelve con ingenuidad y empalago, acentuado por el tratamiento de los cabellos y por la cuidada disposición de las ondas de la barba.





Ángel músico. Primer tercio del siglo XVIII. Madera policromada. Donación de Manuel Díez Sanjurjo. 50 x 18 cm.

Pieza del mes: Diciembre de 2002. Autora de la reseña: Milagros Conde Sánchez. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2002_12_esp.pdf


Para embellecer y completar los múltiples edificios erigidos en la época barroca en Galicia, surgirán un gran número de escultores y entalladores que con sus obras -retablos, coros, fachadas o bien escultura exenta- contribuirán a la magnificencia y riqueza del arte.

Tanto en el siglo XVII como en la primera mitad del XVIII, predominarán los temas religiosos, dándose apenas la escultura civil o de carácter funerario. Es el momento de los grandes retablos y dentro de los temas religiosos, se da preferencia por los Cristos, Dolorosas, Inmaculadas, santos de devoción popular, los grandes Apóstoles y santos de reciente canonización. Se empleará como material, generalmente, la madera policromada.

La talla que ingresa en el Museo, gracias a la donación de D. Manuel Díez Sanjurjo según consta en las actas de la Comisión en el año 1901, representa a un angelote músico sobre peana de nubes ondulantes. El giro del cuerpo a su derecha, en contraposición a la postura de los brazos que sujetan el instrumento, le proporciona un movimiento inestable, subrayado por los ropajes quebrados y angulosos que descubren una de las piernas, imprimiendo a la figura armonía y movimiento.


Muestra rasgos faciales bien marcados y definidos, minuciosa talla de los cabellos rizados y cuidada anatomía de suave modelado y gordechas carnes, así como gracia en la delicada postura de los dedos y en las mejillas hinchadas mientras ejecuta la interpretación musical. La policromía de la túnica está realizada con la técnica del estofado, a base de motivos vegetales sobre el fondo verdoso de las telas.

Aunque no se conoce su procedencia, este pequeño ángel músico tal vez formase parte de un grupo dedicado a la Virgen. La modalidad de los ángeles músicos se asocia frecuentemente a la coronación de la Virgen María, haciendo sonar diversos instrumentos musicales, contribuyendo al gozoso esplendor de la escena.

Los áticos de los retablos barrocos fue el lugar predilecto para colocar a los ángeles músicos y también en las cúpulas; aparecen asimismo representaciones de ángeles y santos músicos en las sillerías de los coros y grandes orquestas de los mismos, formando parte de las cajas de monumentales órganos.



San Diego de Alcalá. Atribuíble a Juan de Angés, el Mozo, o a su círculo. Últimas décadas del siglo XVI, entre 1589 y 1597. Madera estufada y policromada. Antigua iglesia de San Francisco. Ourense. 83 x 30 x 16 cm.

Pieza del mes: Abril de 2005. Autora de la reseña: Belén Lorenzo Rumbao. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2005_04_esp.pdf


Desde comienzos del siglo XVI, coincidiendo con la renovación general de la ciudad de Ourense y con una importante actividad artística en su Catedral, se advierte también como se realizan en la iglesia y convento de San Francisco nuevas obras y fundaciones gracias a substanciosas limosnas y donaciones que se prolongan durante todo el siglo.

Este auge constructivo va a atraer a nuestra ciudad a un importante número de maestros de la escuela castellana que traerán con ellos un ambiente de novedad estética, que en el campo de la imaginería deriva fundamentalmente del lenguaje manierista de Juan de Juni.

Seguramente a alguna de las capillas o altares de la iglesia debió de pertenecer la imagen de San Diego de Alcalá que como procedente de San Francisco.

La talla de San Diego fue en un primer momento atribuida al gran artista Francisco de Moure, y apuntada también la posibilidad de su autoría por parte del escultor leonés Juan de Angés el Mozo.


La imagen se dispone en un ligero contraposto que viene marcado por la disposición diagonal de los brazos y el avance de la pierna derecha a la que se ciñe el hábito, en consonancia con el lenguaje manierista de los últimos años del siglo XVI.

La cabeza, elevada en actitud contemplativa, asienta sobre un cuello largo y grueso, ofreciendo un rostro ancho y con mandíbula prominente. El tipo de cabello, muy abundante, traza rizos simétricos y muestra el característico mechón sobre la frente, descubriendo las orejas como es habitual en otras esculturas de esta época.

Destaca la espléndida labor de policromía original realizada a base de un fino estofado, mediante el recurso del rayado paralelo en oro que dibuja motivos vegetales y proporciona una vistosa luminosidad a las telas, enriquecidas con cenefas de coloristas grutescos y escenas de putti portando palmas.


San Diego, lego franciscano, nacido a finales del siglo XIV en el lugar de San Nicolás del Puerto, en Sevilla, es conocido como San Diego de Alcalá por ser la ciudad complutense su última residencia y el lugar donde reposa su sepulcro. Fue canonizado a instancias de Felipe II, bajo el pontificado de Sixto V, en julio de 1588 e inmediatamente las comunidades de monjes franciscanos promovieron la realización de imágenes con su efigie, fijando una iconografía que lo representa como joven, en actitud de recoger el hábito en el que llevaría el pan, milagrosamente convertido en flores, en clara alusión a su caridad para con los pobres.



Conjunto de relieves procedentes del Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.



El relieve situado a la izquierda de la imagen, La Adoración de los pastores, fue la Pieza del mes en Diciembre de 2000. Belén Lorenzo Rumbao es la autora de la reseña. En esta reseña se refiere, por un lado, al conjunto que forman los relieves del coro del Monasterio y, por otro lado, estudia el relieve al que nos estamos refiriendo.

Los siguientes párrafos han sido extraídos de la parte general de su análisis, la que se refiere al conjunto.

La sillería coral del monasterio de Santa María de Montederramo constituye uno de los conjuntos escultóricos más complejos del Renacimiento y la obra cumbre del escultor portugués Alonso Martínez de Montánchez, nacido en Chaves, quien se asentará en Ourense, donde permanece activo y con taller abierto desde 1594 hasta 1615.

Alonso Martínez va a ser una personalidad de excepcional importancia dentro del ámbito del manierismo ecléctico que reina en el panorama artístico gallego en el tránsito entre los siglos XVI y XVII, aunque su figura permaneció hasta hace poco eclipsada por la mayor categoría artística del que sería su principal discípulo, Francisco de Moure.

Bajo sus directrices, una nutrida nómina de entalladores llevará a cabo la obra coral entre los años 1605 y 1608. Realizada en madera de nogal, se compone de dos órdenes de asientos que trazan una austera arquitectura de tendencia clasicista. Tanto la sillería baja como la alta quedaron sin decorar por motivos que se desconocen. De este modo, los únicos tableros que llegaron a ser tallados fueron los del remate o alero, distribuyéndose dieciocho en cada brazo longitudinal y cinco más a cada lado de la silla abacial en la cabecera, enmarcados por columnas de orden compuesto y cubiertos por frontones triangulares.


El coro, tristemente expoliado tras la desamortización, perdió buena parte de sus relieves historiados, lo que dificulta notablemente el seguimiento de su secuencia iconográfica. En la actualidad, se conservan diecinueve de sus tableros en el propio monasterio, otros doce en el Museo Provincial de Ourense -tres de ellos cómo depósito- y algunos más en manos de particulares, hasta completar un total de treinta y tres, de los cuarenta y siete de los que se componía en origen.

En los últimos años se está llevando a cabo en el Monasterio una importante labor de restauración que incluye su coro y que pretende la recuperación para el disfrute público de una de las piezas singulares de nuestro patrimonio escultórico.

El programa iconográfico desarrollado en el conjunto se centra en torno a la idea de la Redención, estableciendo un sistema de concordancias o paralelismos entre los dos Testamentos, de tal manera que las escenas del Antiguo Testamento, situadas en el lado norte o del Evangelio, se pueden considerar, en algunos casos, como prefiguraciones de los pasajes que relativos a la Vida y Pasión de Cristo ocupan el lado contrario, siguiendo para su plasmación el Evangelio de San Lucas. A este lado sur pertenecen la mayoría de las tablas que guarda el Museo ourensano.

El primer relieve empezando por la izquierda es la Adoración de los pastores.

De izquierda a derecha.


Adoración de los pastores. Alonso Martínez de Montánchez. Tablero de coro. (1605-1608). Relieve en madera de nogal blanco. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.

Pieza del mes: Diciembre de 2000. Autora de la reseña: Belén Lorenzo Rumbao. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2000_12_esp.pdf


El tablero de la Adoración de los Pastores, uno de los más hermosos y mejor conservados del conjunto, ocuparía en su posición original en la sillería el cuarto espacio del lado de la Epístola. El tema aparece siempre íntimamente vinculado al del Nacimiento dentro del ciclo navideño.

Como en el resto de las tallas conservadas, la ambientación de la escena es muy sencilla y el número de planos muy limitado, concentrando los elementos en el primer término. En esta ocasión, el escenario en el que se desarrolla la acción es un establo, sumariamente representado por un pequeño tejado de colmo que apoya sobre dos troncos y en el que vuela un angelote portando una filacteria.


Como centro simbólico de la composición aparece la imagen del Niño desnudo, acostado sobre un pesebre cubierto de heno que lo circunda como una aureola. A su lado se disponen su Madre, María, arrodillada -postura relacionada con la integridad física de María cómo Virgen- y su padre putativo, San José de pie, al lado izquierdo.

A la derecha, reproduciendo similares posturas, se representan los dos pastores, en una composición hábilmente contrapesada. Todas las figuras reflejan una serena actitud de adoración y recogimiento ante la presencia del recién nacido.


La presentación en el templo. Alonso Martínez de Montánchez. Tablero de coro. (1605-1608). Relieve en madera de nogal blanco. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense. Donación Díez Sanjurjo.



Bautismo de Cristo. Alonso Martínez de Montánchez. Tablero de coro. (1605-1608). Relieve en madera de nogal blanco. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.



La última Cena. Alonso Martínez de Montánchez. Tablero de coro. (1605-1608). Relieve en madera de nogal blanco. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.



La oración en el huerto. Alonso Martínez de Montánchez. Tablero de coro. (1605-1608). Relieve en madera de nogal blanco. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.





Inmaculada. Juan de Juni (Ca. 1577). Madera policromada. Antiguo Convento de San Francisco de Ourense. Ingresada por la Comisión de Monumentos de Ourense en 1942. 127 x 50 x 37 cm.

Pieza del mes: Marzo de 1999. Autora de la reseña: Belén Lorenzo Rumbao. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_1999_03_esp.pdf


En la segunda mitad del siglo XVI la ciudad de Ourense se presenta como el principal núcleo artístico de Galicia, convirtiéndose en el gran eje del arte renacentista gallego, centrado en torno a su Catedral. Hasta aquí se desplazarán e instalarán sus talleres un buen número de artistas formados en Castilla.

Estas vinculaciones del arte gallego con el castellano se mantendrán frecuentes a lo largo del tiempo, mostrándose especialmente intensas con el núcleo vallisoletano, bien directamente o bien a través de artistas leoneses.

La Inmaculada, considerada como una de las joyas artísticas del Museo ourensano es obra documentada de Juan de Juni, quien la cita en una de las cláusulas de su testamento de 1577 como encargo de doña Inés Pérez de Belmonte con destino a la ciudad de Ourense.


Representa a la Virgen con el libro abierto en la mano izquierda, faltándole la derecha en la que portaría el ramo de azucenas como símbolo de su pureza. La cabeza, de forma redondeada, asentada sobre un potente cuello, aparece ladeada, con los ojos entornados y espesos cabellos ondulados dispuestos de modo que dejan ver la oreja izquierda; por detrás se cubre con una toca anudada sobre el pecho, donde luce una joya redonda de las habituales en Juni.

Los ropajes, como elemento fundamental de expresión, envuelven a la figura, distribuyéndose en grandes masas de quietos y abultados pliegues que determinan esas formas redondeadas, correspondientes a la serenidad expresiva del último período de producción del imaginero castellano.

No faltan en esta talla el característico movimiento helicoidal, centrípeto, muy manierista; la cabeza se inclina hacia la izquierda mientras la pierna derecha avanza profundamente en sentido contrario, descansando sobre la media luna y una serpiente de gruesas espiras. La parte trasera de la imagen apenas está trabajada, no restándole, sin embargo, el valor de bulto redondo.

Los importantes deterioros que presenta, con abundantes grietas, desconchados y mutilaciones, no impiden, sin embargo, apreciar la belleza y la calidad de la talla, que transmite esa naturalidad que el artista supo imprimir siempre a sus realizaciones.




Continuamos. Situándonos de espaldas a la Inmaculada seguimos con el Caballero Orante y después con la segunda vitrina empezando por la derecha, también de este periodo histórico (siglos XVI a XVIII) y hacia la que parece dirigir su mirada el caballero.





Caballero orante. Francisco de Moure. Primeras décadas del siglo XVII. Madera de nogal, sin policromar. Santa María de Beade, Ourense.

Pieza del mes: Octubre de 1999. Autor de la reseña: Francisco Fariña Busto. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_1999_10_esp.pdf


Escultura de bulto redondo, madera de nogal, en su color natural y sin traza alguna de policromía. Tamaño natural, consigue los 130 cm. de altura, a pesar de estar rodilla en tierra. Representa a un caballero de la Orden de Malta, quizás el Comendador Fernando Manuel de Ludueña. Es obra de Francisco de Moure.

Esta pieza ingresó en el Museo en 1996, luego de su adquisición por la Xunta de Galicia, tras la oferta presentada por un anticuario de Madrid que la había recuperado de su estado anterior. Después del pertinente estudio, se acordó su adquisición y se destinó al Museo Arqueológico Provincial de Ourense, acreditándolo como originario de Santa María de Beade, en el Ribeiro.


Se trata de una escultura en madera de nogal, en su color, tamaño natural, alzada de 1,30 m, que representa a un Caballero de San Juan arrodillado, vestido con armadura, bajo la que surge, en el cuello, una gorguera plisada, de muy delicada ejecución.

Descansa la rodilla izquierda en una almohada pequeña rematada en cuatro borlas y mantiene en avanzadilla la pierna derecha, mientras avanza la mano izquierda implorante o postor y dobla la derecha sobre el pecho, en un gesto de batir en él de manera penitencial. En el pecho, sobre la armadura, la cruz de la Orden de Malta.


La estatua está construida de varias piezas, muy bien ensambladas: cabeza, cuerpo y parte de la pierna derecha son de una sola pieza, los brazos son elementos diferentes unidos por fuertes clavos de hierro; la pierna izquierda es también un bloque diferente que oculta su junta bajo la cota de malla.

Hay que valorar la posibilidad de que fuera pensada para ser policromada, pero hoy está exenta de todo rastro de ella y de las fotos antiguas puede deducirse que no la debió tener nunca.

La cabeza destaca del conjunto por su expresiva naturalidad, realismo verdadero en la caracterización del rostro, detallado en el trabajo y tratamiento de los rizos del pelo, las arrugas de la frente, las mejillas abultadas junto a la nariz y el tratamiento y disposición de la cuidada barba.


Atendiendo a las fechas y al origen, así como a los rasgos estilísticos y caracterizadores de la escultura del Caballero de Malta, concluye Gutiérrez Pastor en la atribución de la autoría de esta obra excepcional a Francisco de Moure, que en las dos primeras décadas del siglo XVII trabaja para la iglesia de Beade en la realización de un retablo, obra de la que se conservan otros varios elementos dotados de una rica policromía.

Gutiérrez considera que esta pieza, es propia del retablo encargado, de la que se perdió la celada, que era independiente, y atribuible a Francisco de Moure.

En resumen, retrato de un personaje principal, caballero de la Orden de Malta, presumiblemente el Comendador de Beade, Ribadavia y Mourentán don Fr. Fernando Manuel de Ludueña, uno de aquellos que retrató Otero Pedrayo como de blancos mantos y espuelas doradas, y muestra del arte inigualable de Francisco de Moure, el escultor orensano que fabricó el tránsito del manierismo al barroco, a caballo de los siglos XVI y XVII.





Puerta de tríptico. Maestro de Sobrado. Mediados del siglo XVI. Relieve en madera estufada y policromada. Ingresada por la Comisión de Monumentos de Ourense.

Pieza del mes: Diciembre de 2004. Autora de la reseña: Yolanda Barriocanal López. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2004_12_esp.pdf


Puerta de tríptico, con la escena de la Anunciación pintada en el anverso de la tabla. El interior se decora con un relieve de la Virgen que formaría parte de un Calvario, obra del Maestro de Sobrado, seguidor de Juan de Juni y máximo representante de la escultura orensana de mediados del siglo XVI.

Durante buena parte del siglo XVI la producción escultórica orensana estuvo en manos de artistas extranjeros, junto los que irían formándose los maestros locales. La documentación conocida y algunas obras conservadas testimonian la continua presencia de artífices procedentes de los antiguos Países Bajos, de los que Cornielles de Holanda sería el principal exponente.

Después de recorrer un largo itinerario desde sus lugares de origen, con estadías que van enriqueciendo con nuevas propuestas su inicial estilo, llegan a Ourense pasando antes por Castilla, siguiendo las vías comerciales hacia el oeste. Las novedades de su arte y el dominio técnico, les hará responsables de las empresas artísticas más importantes del momento.


Frente a la vigencia hispano-flamenca de los maestros nórdicos, las novedades de la arte del llamado Maestro de Sobrado, fuertemente vinculado a la escultura de Juan de Juni, serán bien recibidas por la clientela orensana.

Pese a la importancia de las obras realizadas y la distinción de los comitentes para los que trabaja, la personalidad del Maestro de Sobrado sigue siendo una incógnita, dado el silencio de las fuentes documentales.

La vinculación directa del Maestro de Sobrado con el núcleo principal de artistas integrantes de la escuela de Juan de Juni es algo unánimemente aceptado. Así pues, llegaría a España hacia 1533, formando parte del grupo de escultores franceses que se instalan en León en torno a esta fecha.

En las obras de estos artistas, como sucede con las del Maestro de Sobrado, están presentes los rasgos estilísticos y formales de Juni, así como los modelos iconográficos, con el que su estilo se difundirá por un amplio territorio peninsular.

Se desconoce el origen de la pieza, pero todo indica que sería hecha para algún oratorio doméstico al servicio de la devoción particular de alguna importante familia del momento.

Aunque fragmentada, constituye el único ejemplo conservado de retablo en forma de tríptico. Es posible que la parte escultórica representara el Calvario, del que la Crucifixión constituiría la escena central de la composición, esculpiéndose en las puertas a Virgen y San Juan. Las pinturas de las puertas en el anverso completarían el programa iconográfico que Anunciación del arcángel San Gabriel a María.

Escena de la Anunciación pintada en el anverso.

María está arrodillada leyendo la Biblia abierta sobre lo reclinatorio. Como consecuencia del pequeño formato de la tabla, la técnica es minuciosa, prestando atención a la reproducción de los detalles, como muestra la indumentaria y la búsqueda de una belleza elegante en el atavío de la Virgen, con collar de cuentas y tocado de rollo, dejando la frente despejada.

El detallismo de la pintura se detiene también en los objetos del íntimo dormitorio, escenario impuesto para el desarrollo de la escena desde finales de la Edad Media.

Se da importancia al lecho con pilares de forma clásica y capitel tallado, sosteniendo el dosel coronado por crestería metálica. Colores y bordados describen la calidad de los almohadones, cobertores y colgaduras que lo recubren, completando el mobiliario el arca de madera, ricamente decorada a juego con la cama, y la alfombra de motivos vegetales.

Reverso. Relieve de la Virgen.

Diferente estilo muestra la Virgen del Calvario. La evidencia estilística del relieve con el magnífico conjunto de la Quinta Angustia, hecho para la capilla de Alba o de San Benito, en el brazo norte del crucero de la catedral, es tal que no cabe duda de que este tríptico salió del taller del Maestro de Sobrado.

La tendencia corpórea en la concepción de la figura y el particular pathos que la alienta, acusando el expresionismo dramático, es fácil de reconocer en el tipo fisonómico de la Virgen, así como en su dominio de la puesta en escena.

La figura, pensada para suscitar la compasión, es una imago pietatis. Totalmente velada, María se representa de pe, con los pies sobre el montículo rocoso integrado en el marco arquitectónico de un nicho que contribuye a sugerir dos planos y por tanto profundidad.

El drapeado, ampuloso y de abundantes plegamientos quebrados, es muy característico del escultor, articulándose de forma rítmica siguiendo el movimiento de torsión de la rodilla, en un violento contrapuesto manierista. La compassio Mariae se plasma en la expresión de dolor del rostro, con los ojos entreabiertos, y en la tensión dramática del gesto.




Las vitrinas que nos quedan por ver en esta Parte 1.



Estas son las dos piezas que vamos a ver a continuación, juntas en la misma vitrina.




Campanita litúrgica. Mediados del siglo XVI. Bronce. Ingresada por la Comisión de Monumentos de Ourense.

Pieza del mes: Abril de 2007. Autora de la reseña: Ana M.ª Veiga Romero. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2007_04esp.pdf. Nota: La reseña se refiere en general a la colección de campanillas que posee el Museo, centrando su atención en cuatro de ellas, entre las que se encuentra la que está expuesta aquí, en la Escolma.


Los Países Bajos, sobre todo los del sur, fueron durante los siglos XV y XVI uno de los principales centros de producción, comercio y exportación de obras de arte y artesanía de todo el norte de Europa. Se había forjado en ellos, desde finales de la Edad Media, una pujante burguesía y una poderosa nobleza que tenía fuertes lazos de parentesco con la nobleza de toda Europa.

Hacia las ferias más importantes del reino de Castilla vendrán preciosas tallas, ricos tapices, alabastros, encajes, pero quizás unas de las piezas que consiguieron mayor popularidad y difusión fueron las campanillas de Malinas.

La tipología de estas campanillas es muy común. La mayoría son de bronce y de pequeño tamaño, tienen forma de copa invertida y perfil esquilonado, se ponen en vibración golpeando su superficie interior con un badajo de hierro, que pende de una argolla sujeta a su casquete o cabeza.

En las de mano, el mango forma un todo con la pieza y suele estar decorado con pequeñas hojas de acanto. Aun hoy podemos encontrarlas en numerosas iglesias y conventos de toda España, ya sean piezas originales flamencas o copias realizadas en talleres hispanos.

El Museo cuenta con una colección de más de catorce campanillas litúrgicas, de distintas épocas y calidades. Las de mayor calidad están realizadas en las décadas centrales del siglo XVI y responden fielmente a la tipología antes descrita.


En la segunda campanilla, sin fecha, está representado, entre guirnaldas y enredaderas, el mito clásico de Orfeo tocando una “lira de braccio”, lira de origen italiano de cuerdas frotadas muy utilizada en el siglo XVI. Orfeo, hijo de Apolo, tenía el don amansar a los animales y dominar la naturaleza, aquí representada por la figura de un conejo, un águila y dos monos sentados.

La inscripción en la base del cuerpo dice: “SIT NOMEN DOMINI BENEDITVM” (Bendito sea el nombre del Señor).

Las campanillas se conocen y se utilizan desde la más remota antigüedad en Oriente y Occidente tanto para usos civiles como religiosos. En la liturgia cristiana su uso no aparece con anterioridad al siglo VI. Se cree que se comenzaron a utilizar en los conventos para llamar a los monjes a la oración y a los oficios divinos.

A partir del siglo XIII comenzaron a utilizarse en la misa en el momento de la elevación, antes de la comunión cuando el celebrante dice Ecce agnus Die, en el domine, y en los sucesivos ego no sum dignu para dar solemnidad a la ceremonia.

El tañer de las campanillas y campanas forma parte de nuestros recuerdos. Hasta fechas recientes el doblar de las campanas marcaba las horas y el tiempo de los hombres desde su nacimiento hasta su muerte, espantaban el miedo, protegían de las tormentas y avisaban del fuego, cada uno de los feligreses conocía el sonar de sus campanas. Unas veces repicaban a gloria, otras sonaban melancólicas a muerte.





Cruz procesional. Ca. 1500. Bronce. Ingresada por la Comisión de Monumentos de Ourense.

Pieza del mes: Octubre de 2002. Autora de la reseña: Belén Lorenzo Rumbao. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_2002_10_esp.pdf


La producción de objetos suntuarios en oro, plata y otros metales y aleaciones, para las distintas celebraciones litúrgicas fue abundante desde los inicios del cristianismo. Utensilios como cálices, custodias, cruces de altar o procesionales, incensarios, navetas, etc., serán fiel reflejo de los estilos artísticos imperantes en cada momento, uniendo a su funcionalidad la búsqueda de la belleza y la perfección técnica, para convertirse en merecientes contenedores del Cuerpo de Cristo que acogen o representan plásticamente.

Desde los tiempos medievales catedrales, monasterios e iglesias parroquiales rurales rivalizarán en poseer los más ricos objetos de orfebrería, lo que conllevará una continua renovación de los mismos. Son pocas las muestras que se conservan de los tiempos del medievo en relación con las que realmente debieron existir, debido a que numerosas piezas fueron fundidas para la elaboración de otras que en su tiempo se consideraron más importantes.


En Galicia, Santiago de Compostela como meta de peregrinos, fue, lógicamente, el principal centro productor y lugar de atracción de artistas europeos que extienden su influencia por toda el área gallega. En el siglo XIII, de las cien tiendas fijadas en la Plaza de Platerías, veintiocho pertenecían a la propia Catedral.

Del siglo XV se citan piezas de importación procedentes de Francia e Italia que vendrían a sumarse a las que se realizarían en los talleres gallegos. De entre todas ellas, las más numerosas, junto a cálices e incensarios, son las cruces, casi todas ellas de tipo procesional, realizadas en bronce o cobre, plata, azabache y cristal de roca.

No debemos olvidar que la cruz procesional es el símbolo litúrgico distintivo de la comunidad parroquial, presidiendo las funciones sagradas colectivas y que además de objeto indispensable, es considerada la pieza más valiosa y cuidada de la feligresía.

Su cronología se sitúa en los años finales del siglo XV, con continuidad en el primer tercio del siglo XVI.


Dentro de la tipología de cruces rurales más simples tenemos que encuadrar esta que conserva el Museo Arqueológico, sin que quedara constancia de la data de ingreso ni de su procedencia.

Realizada en plancha de bronce, su esquema sigue el tipo de cruz latina abreviada, con brazos que parten de un pequeño cuadrón central cuadrado. Presenta un movido perfil festoneado, decorado en todo su contorno por una crestería vegetal a modo de cardinas y con expansiones o salientes flordelisados en el centro de los brazos.

En el anverso ostenta una figura fundida del Crucificado (de un material más cobrizo que el resto de la cruz), que responde a las características del último gótico. Se trata de un Cristo sufriente o doloroso, con los pies sujetos por un sólo clavo, lo que obliga a la postura forzada de las piernas, anatomía magra y detallada y un corto paño de pureza anudado en un costado.

En el reverso de la cruz, liso, ofrece una imagen en relieve, también fundida y hoy soldada con plomo, de la Virgen con el Niño en brazos de influjo renaciente.



Incensario. Segunda mitad del siglo XV – siglo XVI. Bronce. Ingresado por la Comisión de Monumentos de Ourense.






A la izquierda, la Lápida de San Pedro de Rocas, que estaba ahí situada en el momento de nuestra visita, en lugar destacado, como Pieza del Mes y que veremos en el siguiente capítulo, dedicado a la Edad Media. A la derecha, la vitrina que vamos a ver a continuación.




Vitrina que contiene cinco tarros de botica. Proceden de distintos monasterios de la provincia.

Pieza del mes. Junio de 2000. Autora de la reseña: Ana Mª Veiga Romero. Nota: La reseña, titulada Tarros de botica se centraba en los dos tarros procedentes del Monasterio de Montederramo (las piezas segunda y tercera que veremos, una orza y un albarelo), y también daba unos interesantes apuntes sobre la botica de dicho Monasterio. Texto extraído de: http://www.musarqourense.xunta.es/wp-content/files_mf/pm_02_201753.pdf

Vista general de la vitrina, desde la parte frontal de las piezas.



Desde la parte posterior.



Piezas de la vitrina (de derecha a izquierda).


Albarelo. Siglo XVIII. Cerámica de Talavera. Monasterio de Jesuítas de Monterrei, Ourense.


El albarelo es el bote típico de farmacia, tiene forma cilíndrica y suele llevar una tapadera. Se emplean desde muy antiguo en farmacia para contener medicinas líquidas o semilíquidas, pero no siempre tuvieron ese uso. Desde el siglo XVIII se utilizan exclusivamente para contener medicinas. Las orzas se empleaban para contener raíces o cortezas, pero su uso no es exclusivo de las boticas.


Orza. Siglo XVIII. 13 x 8 cm. Arcilla con aditivos. Cerámica de Talavera. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.


El Museo conserva una interesante colección de cerámica de época moderna en la que destacan por su importancia documental, junto a la de otros monasterios orensanos, las orzas y albarelos de la antigua botica de Montederramo.

Las primeras noticias que tenemos de esta botica datan de finales del siglo XVIII. Con anterioridad se sabe, por mandas testamentarias, de la existencia de una enfermería y, junto a ella, suponemos de la existencia de una pequeña botica.

De ella se encargaba el monje especiero, que era el encargado de plantar, recoger y seleccionar las plantas de los herbarios y montes próximos que, una vez puestas a secar al sol, entraban a formar parte de las infusiones, jarabes y pociones de las que se servían monjes y aldeanos.

Fue a finales del siglo XVIII cuando comienza a funcionar como despacho público, con libro de cuentas independiente, servida por un monje con título de boticario como disponían las ordenanzas dictadas por Carlos III de 1780.

Suponemos que contendría todo lo necesario para su funcionamiento como balanzas, redomas, cajonería, morteros, además de orzas y albarelos, encargados a los alfares de Talavera, como lo testimonian estas piezas.




Albarelo. Siglo XVIII. 30 x 10,5 cm. Arcilla con aditivos. Cerámica de Talavera. Monasterio de Santa María de Montederramo, Ourense.


Las primeras noticias documentales que tenemos sobre esta loza datan de comienzos del siglo XVI, alcanzando enseguida un gran predicamento entre sus contemporáneos, sobre todo después de las disposiciones del Duque de Lerma sobre la necesidad que tenía la hacienda pública de ahorrar plata y, consecuentemente, el aumento del empleo de vajilla de cerámica por parte de nobles y monasterios. Así, entre sus mejores clientes se encontraban la Casa Real y las ordenes religiosas que demandaban una gran cantidad de vajilla, lebrillos, orzas y albarelos y demás enseres.



Orza. Siglo XVIII. Monasterio de Oseira, Ourense. Donación de don Juan Domínguez Fontenla, 1935.


Desde el punto de vista técnico la pasta de la cerámica de Talavera está bien trabada, su barro es ligeramente rosado y presenta una buena cocción. Las piezas van siempre esmaltadas con un baño de barniz que contiene una gran proporción de estaño, lo que le proporciona su característico fondo blanco.

Aunque su producción se remonta al siglo XII, su época de máximo esplendor fue el siglo XVI; es en este momento cuando rompe con la tradición hispano- musulmana y se abre al mundo del renacimiento y a las influencias de la porcelana china.

A finales del siglo XVIII las piezas pierden sus referencias cultas, y los buenos pintores abandonan los alfares, quizás para trabajar en las manufacturas de la seda o en las diferentes fábricas que por entonces comienzan a funcionar impulsadas por la corona; su decadencia se acrecentará con la fundación por el conde de Aranda de la Real Fábrica de Alcora.


El proceso desamortizador tuvo una importancia capital para la modernización de España y el saneamiento de la hacienda pública, sin embargo para la conservación de estos pequeños objetos, muchas veces considerados inútiles por las Comisiones de Amortización, no va a ser tan positivo. Las ventas no controladas por parte de los propios monjes, la tardanza en recogerlos, buscarles un sitio idóneo, y los distintos avatares por los que pasa cada pieza, impide muchas veces su adecuada recogida.

Sólo el afán y el celo de los miembros de la Comisión de Monumentos, creada poco tiempo después, logra que estos bienes no se pierdan; son ellos las que luchan para que pasen a formar parte de nuestro Patrimonio y reviertan en la sociedad civil -objetivo último de la desamortización-, constituyendo en muchos casos los fondos iniciales de los Museos Provinciales.




Albarelo. Siglo XVIII. Cerámica de Talavera. Monasterio de San Salvador de Celanova.



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